La introducción a la parte vocal de la sinfonía provocó varios problemas a Beethoven. Sobre esto el amigo y biógrafo de Beethoven Anton Schindler escribió: Cuando empezó a componer el cuarto movimiento la lucha comenzó como nunca antes. El objetivo fue encontrar un modo correcto de introducir la oda de Schiller. Un día Beethoven entró a un cuarto y gritó:'¡Lo tengo, ya lo tengo!', entonces me mostró el cuadernillo con las palabras Déjenos cantar la oda del inmortal Schiller. Sin embargo, Beethoven nunca mantuvo esta versión, siguió reescribiendo hasta llegar a la forma final, con las palabras: "O Freunde, nicht diese Töne" (Oh amigos, no estos tonos). El movimiento cultural Sturm und Drang (tempestad y emoción), en las décadas finales de siglo supone la disolución de las formas cortesanas acentuando la libertad y el sentimiento y rechazando el racionalismo riguroso, anticipa lo que será el romanticismo.
Beethoven encarna el tránsito del estilo clásico al estilo romántico rompiendo el esquema cerrado de las formas musicales para adaptarlas a esta incipiente libertad individual. Es uno de los primeros músicos que viven de lo que venden componiendo, algo que comenzó a hacer Mozart, creando un precedente en el oficio de compositor, despegándose del mecenazgo al que están sometidos otros músicos como Haydn. Beethoven estaba ansioso por estrenar su trabajo en Berlín tan pronto como fuera posible después de terminarlo, dado que pensó que el gusto musical en Viena estaba dominado por compositores italianos como Rossini. Cuando sus amigos y financistas oyeron eso, le motivaron a estrenar la sinfonía en la misma Viena. El estreno de la novena sinfonía fue diez años después de la Octava, el 7 de mayo de 1824 en el Kärntnertortheater de Viena, junto con la obertura de Die Weihe des Hauses y las tres primeras partes de la Missa Solemnis. Esta fue la primera aparición en escena de Beethoven después de doce años; la sala estuvo llena. Nadie quiso perderse el estreno de la sinfonía y de la que se presumía sería la última aparición pública del genio alemán, y efectivamente así fue: en los tres años siguientes, se recluyó en casa aquejado de diversas enfermedades que lo postraron hasta su muerte. Las partes de soprano y alto fueron interpretadas por las jóvenes y famosas: Henriette Sontag y Caroline Unger. Aunque la interpretación fue oficialmente dirigida por Michael Umlauf, maestro de capilla, él y Beethoven compartieron el escenario. El público terminó encantado, ovacionando a los músicos. Sin embargo la actuación del 23 de mayo en la sala de la fortaleza no tuvo gran asistencia.
La textura es muy diversa. Sorprende el solo de bajo a modo de recitativo apenas sin acompañamiento instrumental. El tema primero es presentado como melodía acompañada también por el bajo. Al intervenir el coro, generalmente lo hace de manera homofónica. Constituye una grandiosa arquitectura musical con diversas texturas que van desde el recitativo a la doble fuga pasando por solistas, coro, etc. La letra, en alemán, está muy bien acompasada con la música, utilizando los unísonos del coro y metales para enfatizar un mensaje. Dentro del movimiento hay diversos ritmos. Binarios y ternarios. La melodía sigue teniendo unas proporciones clásicas de 8 compases. La armonía es tonal pero ya muy desarrollada acercándose al romanticismo. Los matices de intensidad quedan repartidos en el largo movimiento, desde el pianissimo al fortissimo pasando por las intensidades intermedias. Sin embargo predominan los fortes, expresando con vehemencia el texto en los coros. Predomina el tempo allegro. Sólo hay un adagio y un andante y sin embargo hay varios presto y un prestissimo al final. Al género instrumental y sinfónico se le llama “Coral” por la presencia del coro en la sinfonía. Se podría considerar como música programática el último movimiento, porque tiene como hilo conductor un programa literario basado en la versión definitiva de la “Oda a la Alegría” de Friedrich Schiller, admirada por Beethoven y a la que pensó poner música ya en 1793. La Novena Sinfonía empieza de forma poderosa, con un tema principal que transcurre en escalas y variaciones trepidantes, con incisos más adelante para los momentos líricos, nuevamente interrumpidos por la intensidad titánica de la composición. El volumen de la sinfonía es brutal para la época.
El segundo movimiento es calificado por algunos cronistas como “el infierno en llamas”, por su contundencia y velocidad, suavizado majestuosamente en la recapitulación. El tercer movimiento, aunque sosegado, conduce firmemente a lo que será el cuarto movimiento, que contiene una melodía fácilmente reconocible y mundialmente famosa y original de Beethoven. El movimiento comienza con breves recapitulaciones de los movimientos anteriores, a los cuales los violonchelos contestan con comentarios inicialmente pensados para la voz humana. Finalmente, el bajo irrumpe con un llamada "Amigos no en esos tonos..." tras lo cual la melodía basada en la oda es tocada, primero por la orquesta, y luego por el coro. Los violonchelos, las flautas y los oboes crean el clima y las voces masculinas y femeninas se alternan declamando la “Oda a la Alegría” de Schiller (de ahí lo de “Coral”), arropadas por el todo orquestal. La sinfonía avanza y se eleva sobre sí misma, mientras los coros llegan a niveles atronadores. Una doble fuga da el contrapunto pausado que lleva al veloz y prolongado cántico final, un desenlace de sinfonía único. Beethoven quería impresionar a sus oyentes y subrayar sus propósitos de fraternidad universal, y lo logró con este movimiento. La popularidad y belleza del tema de la alegría en este movimiento ha hecho olvidar los otros tres de una belleza y singularidad excepcionales, constituyendo un todo hermoso y coherente los cuatro movimientos.
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